Es que aquí no pasa el tiempo, oigan. O lo parece. Hace ya 120 años, en 1894, Miguel de Unamuno publicó un ensayo titulado Sobre el marasmo actual de España.
Leerlo tiene su puntito aterrador, porque algunos de sus párrafos
parecen haber sido escritos para la España de hoy. O más bien, nota
trágica del asunto, para la España de siempre: la que no muere, y una y
otra vez nos mata. Por eso me permito esta vez un elocuente experimento
de corta y pega, utilizando para componer este artículo una sucesión de
frases cortas, todas literales, extraídas del ensayo unamuniano sin
añadir ni una palabra de mi propiedad. Decidan ustedes si el buen don
Miguel estaba equivocado, si hablaba sólo de su triste tiempo, o si se
limitó a describir, con buen pulso y mejor ojo, nuestro eterno día de la
marmota:
Atraviesa la sociedad española honda crisis. Nos
gobiernan, ya la voluntariedad del arranque, ya el abandono fatalista.
Perpetúase el férreo peso de la ley social de bien parecer y de las
mentiras a que se doblegan, por mucho que se encabriten, los individuos
que sin aquélla sienten falta de tierra en la que sentar el pie. A la
sombra de individualismo egoísta y excluyente acompaña la falta de
personalidad. En esta sociedad compuesta de camarillas que se aborrecen
sin conocerse, es desconsolador el atomismo salvaje de que no se sabe
salir si no es para organizarse con comités, comisiones, subcomisiones y
otras zarandajas. Extiéndese y se dilata por toda nuestra sociedad una
enorme monotonía que se resuelve en atonía, uniformidad mate, ingente
ramplonería. Todo por empeñarse en disociar lo asociado y formular lo
informulable.
Es cada día mayor la ignorancia. Sobre esta
miseria espiritual se extiende el pólipo político. En una politiquilla
al menudeo suplanta la ingeniosidad al saber sólido. La pequeñez de la
política extiende su virus por todas las demás expansiones del alma
nacional. Los viejos partidos, amojamados en su ordenancismo de corteza,
se arrastran desecados. Sudan los más populares por organizar almas
hueras de ideas, hacer formas donde no hay substancia, cohesionar átomos
incoherentes. Y nos recetan dieta.
En España, el pueblo
es masa electoral y contribuible. Todo aquí es cerrado y estrecho, de lo
que nos ofrece típico ejemplo la prensa periódica. Es ésta una balsa de
agua encharcada, vive de sí misma. En cada redacción se tiene presente,
no al público, sino a las demás redacciones. Los periodistas escriben
unos para otros, no conocen al público ni creen en él. Estúdiese la
prensa con sus flaquezas todas, y se verá fiel trasunto de nuestra
sociedad.
Fue cumpliéndose la europeización de España,
pero trabajosamente. Tuvimos nuestras contiendas civiles, llegó luego el
esfuerzo del 68 y el 74, y pasado él hemos caído rendidos, en pleno
colapso. En tanto, reaparece la Inquisición, nunca domada, a despecho de
la libertad oficial. Es un espectáculo deprimente el estado mental y
moral de nuestra sociedad. Es una pobre conciencia colectiva homogénea y
rasa. Pesa sobre nosotros una atmósfera de bochorno; debajo de una
costra de gravedad formal se extiende una ramplonería comprimida, una
enorme trivialidad y vulgachería. No hay corrientes vivas internas en
nuestra vida intelectual y moral; esto es un pantano de agua estancada,
no corriente de manantial. Alguna que otra pedrada agita su superficie, y
a lo sumo revuelve el légamo del fondo y enturbia con fango. Bajo una
atmósfera soporífera se extiende un páramo espiritual de una aridez que
espanta. Y no es nuestro mal tanto la pobreza cuanto el empeño de
aparentar lo que no hay. ¡Y mucho cuidado con decir la verdad! Al que la
declare sin ambages ni rodeos, acúsanle de pesimismo. Quieren mantener
la ridícula comedia de un pueblo que finge engañarse respecto a su
estado.
He aquí la palabra terrible: no hay juventud.
Habrá jóvenes, pero juventud falta. Y es que la tienen comprimida. ¿Es
que se sabe distinguir el brote nuevo? Se ha ejercido con implacable
saña la tarea de despachurrar a los retoños tiernos, sin discernir el
tierno tallo de la broza, y no se han tocado los tumores y excrecencias
de las viejas encinas ungidas e intangibles. ¡Cuántos jóvenes muertos en
flor en esta sociedad que sólo ve lo hecho, ciega para lo que se está
haciendo! ¡Muertos todos los que no se han alistado en alguna de las
masonerías, la blanca, la negra, la gris, la roja, la azul!... Los
jóvenes tardan en dejar el arrimo de las faldas maternas, en separarse
de la placenta familiar. Para escapar a la eliminación ponen en juego
sus facultades camaleónicas hasta tomar el color del fondo ambiente. Las
fuerzas más frescas y juveniles se agotan en establecerse, en la lucha
por el destino. Se ahoga a la juventud sin comprenderla.
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