domingo, 7 de abril de 2024

Artículos imperecederos. Cuando el pino llora.

 



Cuando el pino llora.

Cuando el pino llora, el resinero ríe.

Fuente "GuadaQué"

Palabras como desroñe, remasa, pica, mata, barrasco o miera tenían poco sentido o ninguno para Nando Ruiz hace apenas unos meses. El suyo era otro lenguaje técnico con términos como obturador, iso, diaframa o resolución ligadas al mundo de la fotografía. Pero ahora, ha dejado de medir su trabajo en píxeles o pulgadas, y su dimensión laboral se mide en pinos, hasta 4.000 nada menos, colocados casi en perfectas hileras en el pinar de Jócar.

Jócar es un pueblo que ya no existe en el mapa, pero que habría que ubicar a unos cuatro kilómetros de Arbancón. El ICONA lo derrumbó a finales de los sesenta cuando una inmensa mancha de hectáreas de la Sierra Norte fue declarada zona de reforestación obligatoria, expropiando y despoblando también otros pueblos como Umbralejo o Fraguas. Ahora, es solo este pinar, sembrado y en soledumbre, el que conserva la memoria del nombre.

Canta la chicharra con ganas en el pinar de Jócar. La temperatura es de más de 34 grados a mediados de agosto, pero aquí el aire no pesa como en la ciudad. El sol cae de plano sí,  pero en el pinar siempre están las sombras de las copas de estos altivos pinos y esa brisa caliente y balsámica. “Es bueno este calor ¿sabes?, sale más resina”. A Nando ya no le importa sudar la gota gorda si en pino suda más. Con orgullo y una alegría casi eufórica, muestra sus potes repletos de ese líquido blanco y viscoso, que es la miera, la resina que llora el pino.

Hace tan solo dos meses, cuando comenzó la remasa, la recogida de resina, todo era desesperación. Tras el agobio y el duro trabajo de preparar el pinar desde marzo, con la dura tarea de desroñar los pinos, quitarles la corteza, en los potes apenas si había unos centímetros de miera. “Daban ganas de llorar, incluso pensé en tirar la toalla, pero me dije a mí mismo habrá que seguir, por lo menos este año”. Es la paradoja, si el pinar llora, el resinero está contento, y si no lloran los pinos, llora el resinero, aunque Nando hoy, todavía no se considera tal, “solo soy un novato”, dice.

Plantar cara a la crisis

Todo empezó a finales de 2012, cuando Nando, después de casi dos años en paro como reportero gráfico, por el cierre de muchos medios de comunicación en Guadalajara, y tras sufrir su propia experiencia fallida de impulsar un periódico deportivo, seguía buscando debajo de las piedras un modo de plantar cara a la crisis.

Vio la oferta de un curso de la Diputación de Guadalajara para convertirse en resinero y aunque se lo pensó dos veces, pues todo el mundo le pintaba el oficio como muy duro y poco rentable, al final “la cabra tiró al monte”.

Junto a otros 13 alumnos, la mayoría jóvenes y también alguna mujer, empezó con esa teoría de un oficio prácticamente desaparecido en la provincia desde la década de los 60, pero que durante dos siglos fue fuente de riqueza para más de 400 pueblos en toda España y para varias generaciones, impulsando una industria boyante, que llegó a contar con más de ochenta fábricas, desde aquella primera destiladora en el pueblo de Hontoria del Pinar (Burgos), en 1843.

Aquellos pinares resineros

En Guadalajara la resinera más significada y la primera fue la de Mazarete (1882), creada por Calixto Rodríguez, que fue quien canalizó la Unión Resinera Española, como sociedad anónima en 1889, poniendo de acuerdo a los propietarios de las fábricas de Valladolid y de Coca (Segovia).

Revisando estos datos históricos, no es tan casual que la diputada delegada de Medio Ambiente y Desarrollo Rural, Lucia Enjuto, que es a su vez alcaldesa de Mazarete, apostara por reimpulsar el oficio de resinero, cuya pujanza recuerda una destilería en ruinas, cerrada desde 1979, a la entrada de su pueblo, que siempre ha soñado con recuperar. El 'boom' de la resina ya estaba dando sus frutos en Segovia, Soria e incluso Cuenca. ¿Por qué no en Guadalajara?. Y eso, a pesar de que pinares del Ducado de Medinaceli, que eran los más resineros de la provincia, fueron precisamente los afectados por el gran incendio de 2005, en el ardieron más de 13.000 hectáreas y murieron 11 trabajadores forestales en la extinción.

Son unos pinares que fueron usurpados por el duque de Medinaceli, hace tres siglos, que a su vez los vendió a la empresa Unión Resinera Española (U.R.E.). En 1992 los 18 pueblos que integraban estos pinares (Ablanque, Aguilar de Anguita, Alcolea del Pinar, Anquela del Ducado, Cobeta, Garbajosa, Hortezuela de Océn, Luzaga, Luzón, Mazarete, Olmeda de Cobeta, Padilla del Ducado, Riba de Saelices, Santa María del Espino, Tobillos, Villar de Cobeta y Villaverde del Ducado) recuperaron su propiedad con gran gozo, pues cuando mandaba la resinera, ni la leña del monte podían cortar.

Eran 12.000 hectáreas de pinar, el uno por ciento del terreno de toda la provincia, que lograron recomprar con ayuda económica y administrativa de la Junta y por los que se pagaron 625 millones de las antiguas pesetas.
Un total de ocho resineros trabajan ya desde la pasada primavera en los montes de Guadalajara
Por todo esto sabemos que cuando Lucía Enjuto dijo, al presentar la iniciativa de Diputación de rescatar el oficio de resinero, que su ilusión era “que volviera a los pueblos las ganas de emprender la profesión olvidada en esta provincia y con orgullo para mirar hacia el futuro”, había mucho más que un empeño político.

De las 14 personas que realizaron el curso, un total de ocho resineros trabajan ya desde la pasada primavera en los montes de Guadalajara, seis en el municipio de Iniéstola, uno en Jócar, que es el protagonista de nuestro reportaje, Nando Ruiz, y otro más en Semillas, sumando en la explotación de resina unos 40.000 pinos.

Alquilar los pinos

Con un curso de contenidos sobre la gestión medio ambiental y servícola, y una semana en el monte con un resinero de Coca, que lleva 30 años en el oficio, había acabado la teoría y había que decidir si se ponía en práctica. Nando echó sus cuentas, y le salía que el beneficio de ser resinero era “muy justo, muy justo, casi que no merecía la pena, para sacar unos 600 euros al mes, pero es que no había otra cosa, menos da una piedra”.

La elección suponía cambiar, a sus 38 años, la ciudad por el pueblo, irse a vivir a Muriel, donde tenía una pequeña segunda residencia, y estar alejado de su mujer y su hija, la mayor parte. Eso y comprobar que la teoría, que ya pintaba este oficio como de los más duros, aún se quedaba corta.

Normalmente, los dueños de los pinares son los ayuntamientos, o como en el caso de Jócar, la Junta de Comunidades. Este es el primer escollo que los nuevos resineros se encontraron para retomar una actividad olvidada. Hubo que impulsar subastas públicas para poder acceder a los pinares, algo que ya estaba olvidado y para lo que hubo sus reticencias y recelos, aunque medió la Diputación en ello.


“Yo veía que se acababa febrero y que no tenía pinos y me comía la impaciencia, porque la teoría decía que el 1 de marzo tenía que estar en el pinar”, explica Nando, que al final fue el único que pujó por los pinos de Jócar, en subasta a sobre cerrado, pagando por adelantado 12 céntimos por pie de pino. Son Pinus pinaster, comúnmente llamado pino resinero y pagó por 5.000 pinos de un pinar que nunca ha sido resinado, repartidos tres matas (porciones de pinar). Por la inexperiencia y el retraso de las tareas, resinará solo 4.000 pinos.

Tras estos dos duros meses de burocracia y papeles para darse de alta como autónomo en el régimen agrario, rematar el alquiler de los pinos y buscar y comprar la herramienta, potes y recipientes (unos 3.000 euros de inversión), Nando se encontró por fin en el pinar un día a mediados de marzo. “Me acompañó el forestal a la mata y me dijo estos son tus pinos, los marcados con la V son los que no puedes tocar. Y allí me quedé solo ante una inmensidad sin saber ni por dónde empezar”.

Del desroñe a la remasa

Y el novato resinero empezó haciendo lo mismo que hacían los antiguos resineros pues el oficio poco ha variado en modernidad, lo más que ahora ya no se utilizan los potes de barro, sino unos de plástico negro, “más prácticos, pues se rompen menos, aunque son menos románticos”, apunta Nando.

El sistema de extracción de la resina que realiza se le denomina de pica de corteza y se implantó en España desde 1950 de la centuria pasada, sustituyendo al antiguo sistema Hugues, un método francés que era mucho más lesivo con árbol, con agresivas incisiones en la corteza. “De hecho a la técnica de ahora se le denomina resinar a vida porque el árbol no muere”, explica Nando con la lección bien aprendida
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Los primeros callos salieron con el desroñe, quitarle la corteza al árbol (pizorra o roña se llama también), eligiendo la cara más expuesta al sol o la más convexa si el pino está inclinado. Se trata de limpiarlo para luego poder trabajar sobre ellos. Se suele empezar desde el pie del árbol, descubriendo un rectángulo de 30x60 centímetros, y se va ascendiendo cada año, hasta cinco, que es lo que viene a durar el ciclo del resinado, en una misma cara. Unos 20 años hasta agotar todas las caras en la vida resinera de un pino.

En cada entalladura limpia, se clava a la parte de abajo una chapa metálica con forma de media luna (la grapa o cara), y se hace con una gran maza de madera. Esta chapa es la que canalizará la caída de la resina, pues justo debajo se coloca el pote de plástico que se sujeta con una punta de clavo en la que apoya su base.

“Me salieron músculos que ni siquiera sabía que existían”, confiesa Nando, confirmando la dureza de esta tarea. “Al principio contaba restando… aún me quedan 3.900 pinos, pero pronto me di cuenta que es más optimista pensar en lo que has hecho con metas cortas, como en las carreras de fondo, por ejemplo decir hoy me he hecho 80 pinos, no está mal”, explica Nando, que ya le tiene bastante manía al barrasquillo, la herramienta con la que se limpia la roña.

“Me salieron músculos que ni siquiera sabía que existían”, confiesa Nando, confirmando la dureza de esta tarea
Una vez preparados los árboles, hacia el mes de mayo comienzan las picas, que es lo que hace fluir la resina. Consiste en quitar una tira de la savia del pino, sin llegar a tocar la madera, con una herramienta de corte fino que se llama escoda y tapando mientras el pote con una tapa, para que no caigan virutas o impurezas. Después se le aplica a este corte en la línea superior una tira de un estimulante químico (una mezcla muy rebajada de ácido sulfúrico con agua y escayola)  que retrasa su cicatrización natural. El calor hace el resto dilatando las venas de los árboles y haciendo sudar la resina al pino.

Cada doce o quince días una nueva pica, árbol tras árbol, aunque a partir de la tercera pica, hacia mediados de julio,  ya se empieza a remasar, que no es otra cosa recoger la miera de los potes. Nando la traslada primero a cubos de 15 litros que acarrea hasta el camino y luego recoge en varias pasadas con su pequeño todo terreno y el remolque. Ya en el pueblo la trasvasa a bidones grandes, de 200 litros, que le ha facilitado la resinera, listos para llevar a fábrica.

“Este trabajo es ya menos pesado, porque además vas traduciendo kilos a euros y eso te anima”, confiesa Nando aspirando el aroma de unos de los tarros, “huele a estudio de pintor y hasta emborracha”, comenta
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La soledad y el ukelele

Un pino da entre 2 y 3 kilos de resina cada año, aunque todo depende de la climatología y el primer año la producción suele ser más corta, sobre 1,5 kilos. Algunos pinos son más generosos que otros y a Nando se le pasa por la cabeza hasta ponerles nombre a modo de agradecimiento. A veces, en los descansos de la comida, almorzando con la única compañía de los tábanos, coge su ukelele y les canta, para ver si los pinos se animan a llorar más. Hasta ha compuesto una canción para ellos.

“Y es que lo peor de todo es la soledad en el monte”, confiesa Nando, “sobre todo para mí,que siempre he trabajado con mucha gente. “Claro que también es lo bueno, porque te da tiempo a pensar”,  se contradice. “Eso y que tú te organizas la jornada, aunque para que cunda, hay que estar nueve o diez horas al día en el pinar, claro”.

“Cuando ya te acostumbras a la soledad molestan más los mensajes del móvil que las mosca tabaneras, hay que quitarse los guantes y al final acabas pringado de resina”, cuenta Nando, que ya ha aprendido que la carcoma de los tocones de pinos podridos es el mejor secante para quitar el pringue, “aunque de la ropa, no hay quien lo quite”.

Un pino da entre 2 y 3 kilos de resina cada año, aunque todo depende de la climatología, que el resinero vende a un euro
La remasa se extiende hasta finales de octubre, si el tiempo lo permite y ahora a mediados de agosto, con todo el calor está en su mayor fragor. Nando ya ha recogido su bidón número 15 lo que supone unos 3.000 kilos cosechados y un futuro más prometedor como resinero, aunque no deja de mirar al cielo como cualquier agricultor y de pedir que haga 40 grados a la sombra.

Para transportar los cubos de resina en el pinar existen unos carritos industriales, pero Nando optó por fabricarse el suyo propio para abaratar costes y lo pinto de amarillo, como el tractor de la canción veraniega. “Total es una rueda y cuatro barras, para colocar dos cubos y acercarlos hasta el remolque y me ahorro 180 euros”, dice, quitándose el mérito.

La resina: aguarrás y colofonia

La comercialización de la miera la hacen los seis resineros que han empezado la actividad en Guadalajara con la destilería de Cuéllar (Segovia), a un precio pactado de un euro por kilo. “Hay penalización por presencia de agua en la miera, pero no será mucho”.

Una fábrica resinera no es sino una destiladora básica, donde por medio del calor, vapor y decantación, se transforma la resina los dos principales productos derivados: colofonia y aguarrás.

El aguarrás poco tiene que ver con el de uso doméstico, es una trementina industrial de gran pureza que se usa en la industria química para la producción de barnices, tintas, adhesivos y también perfumes y fragancias. La colofonia es el residuo sólido de la resina y tiene usos farmacéuticos e incluso para aditivos alimenticios. Como curiosidad, apuntar que incluso forma parte del compuesto con el que se hace las fumatas blancas para anunciar un nuevo Papa.

La resina pura es un producto que entró en decadencia en la década de los 80 del siglo pasado porque cada día se utiliza menos al ser sustituida por otras sintéticas y por la competencia de producción de resinas naturales de países asiáticos, que tumbó los precios. La crisis y el retorno a lo natural y sostenible ha vuelto a poner en valor el producto.

Resinas naturales, la fábrica de Cuéllar (Segovia) a donde irá a parar la resina recogida por Nando, y la de otros 200 resineros repartidos por Castilla y León,  empezó a funcionar en 2010 y ya exporta el 60% de su producción a países de los cinco continentes. Esta comarca segoviana se ha convertido en la productora número uno de resina de Europa. España produce unas 15.000 toneladas de resina al año.

Castilla y León cuenta con 100.000 hectáreas destinadas a recogida de la resina de los pinos y con 500 empleos directos (se han multiplicado por tres en los últimos tres años). Esta vecina comunidad  genera el 95 por ciento de la producción de España y cuenta con cuatro destiladoras, tres en Segovia y una en Soria.

En Castilla-La Mancha, en los dos últimos años, se ha pasado de resinar 200.000 pinos a más de 500.000, afectando esta actividad a más de 150 resineros en municipios de Albacete, Cuenca y ahora Guadalajara. Algunos ya acarician la idea de que vuelva a haber una resinera echando humo por sus chimeneas en nuestra tierra.

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