. Siempre me ha gustado leer, un placer y un hábito heredado y alentado por mis padres. Mis primeros pinitos con la escritura surgieron mientras estudiaba en el instituto. Como proyecto de literatura en el antiguo B.U.P., escribí a máquina una novela corta satírica que me encantaría conservar (aunque por desgracia acabó en un contenedor con cientos, o quizá miles, de documentos que el instituto destruía cada año). Ese año también presenté al concurso de poesía del centro la letra de unas canciones del grupo en el que tocaba (o armonizábamos ruidos de distintos instrumentos). Para nuestra sorpresa, lo ganamos.
La pluma quedó guardada en el cajón durante mucho tiempo. En esos años me volqué en los estudios y, como la mayoría, en aventuras como encontrar trabajo, un sitio para vivir y, finalmente, el viaje más grande de mi vida: formar una familia.
Pero los libros jamás dejaron de acompañarme. Amigos como Asimov, Tolkien, Orson Scott Card, Neil Gaiman, Ursula K. Legin, Arthur C. Clarke, Patrick O’Brian… y una gran infinidad de autores más, acompañaron mis mudanzas entre pisos compartidos, distintas ciudades y, finalmente, se establecieron de nuevo conmigo en el punto de partida.
La idea de escribir siempre estuvo ahí, pugnando por emerger desde el interior, sepultada por las necesidades del día a día. En 2018 consiguió abrirse paso. Comencé a escribir relatos cortos que llevaba orgulloso para que mis seres queridos los disfrutaran. Iba a todas partes con mi libreta, aprovechando cualquier rincón para escribir, anotar, dibujar… Todos los sitios eran buenos para escribir: un banco en el parque, una «tranquila» mesa en el burguer mientras los niños correteaban, una terraza con un café…
Tengo que dar las gracias especialmente a tres personas en esa etapa. La primera fue mi hermana, Imelda. Disfrutó mucho con esos relatos y sus ánimos todavía me impulsan desde el lugar en el que esté ahora (te echo mucho de menos, espero que sigas leyendo mis líneas desde el cielo). La segunda fue mi madre, que se enteró de que el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares organizaba talleres de escritura y me puso en contacto con la tercera: Lidia Casado. Como mi sensei de escritura, me ayudó a pulir (más bien a «desbastar») mis habilidades como escritor, y me convenció de que era capaz de escribir una novela.
Y poco después nos encontramos aquí, contándote mi vida y esperando no haberte aburrido. A estas alturas ya he conseguido escribir dos libros, aunque el primero reposa en un cajón aguardando su turno. Paradójicamente es Logos, la segunda novela, el proyecto que estamos dando forma para lanzarlo a finales de año. Si todo va bien, pronto podré actualizar esta entrada y contarte más sobre una historia que se escribe día a día.
Un abrazo.
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