Nos contaron que, un 8 de marzo,
un centenar de mujeres murieron abrasadas en el incendio provocado por
su empresario. Se habían encerrado en su fábrica para pedir condiciones
dignas en su trabajo. Tejían, pues eran obreras textiles, una tela
violeta. Este color es símbolo de su sacrificio, y ese día el dedicado a
la mujer.
También en esto nos engañaron. Y tuvo que
ser una mujer, Ana Isabel Álvarez, quien desmontara el mito. Aquel día
era domingo y la fábrica estaba cerrada.
Nada es inocente y menos esta mentira que se asienta en el deseo de ocultar dos hechos fundamentales.
Sin embargo, esta realidad no gustaba al
pensamiento patriarcal. Y tejieron una historia de víctimas
sacrificadas. La desvincularon de su contexto histórico e ideológico
anterior a la I Gran Guerra, atrasándola hasta 1857. Así, ocultaron la
capacidad femenina de mover a la acción contra la injusticia y nos
reducen a seres débiles y dependientes. Sólo capaces de rebeliones
pequeñas y puntuales que acaban en fracaso.
El segundo era su relación con el
comunismo y la Revolución rusa de 1917. En Rusia, ahora sí un 8 de marzo
-en su calendario 23 de febrero- , las mujeres, hartas de guerra,
hambre e injusticia, y plenamente concienciadas de sus derechos salieron
a la calle, con el lema “PAZ Y PAN”, para reclamarlos. Eran obreras
textiles, las más explotadas, y esposas de soldados muertos en la
guerra.
Días después de su gran protesta, el zar
abdicó y ellas pudieron votar. Se considera el precedente de la
Revolución, pero no desde la historia oficial. Las mujeres lograron algo
importante y volvieron a ser activas y conscientes. Peligrosas.
Había que romper como fuera este vínculo
y se forjó el mito que conocemos. La ONU se encarga de la tarea sucia.
En 1975, silenció estos últimos hechos, fijó la fecha y sólo concedió a
Clara Zetkin ser la lejana inspiradora de la idea, eclipsada por las
precursoras de EE UU.
Ya es hora de que se proclame, de una vez
por todas, que esta reivindicación surge del Movimiento Internacional
de Mujeres Socialistas para promover sus derechos sin restricciones:
derecho al voto, al trabajo digno sin discriminación y a ocupar cargos
públicos. Los tres, por cierto, se consiguieron en la España de la II
República.
El engaño no es una anécdota. Una vez
más, se tergiversa la historia a favor de la sumisión femenina y el
deseo de privarnos de referentes activos. Ocultar el éxito de las
mujeres responde a algo turbio y recurrente. Sacarnos de la Historia.
Para colmo, en Gandia, se da una vuelta
de tuerca a lo anterior y se incluye en la semana de la mujer misa
solemne y un desfile de moda.
Se siente rabia al comprobar cómo se
mezcla la religión católica, profundamente misógina, con una lucha por
la dignidad que nada tiene que ver con ella. Cómo se vuelve a usar a la
mujer como objeto, se reproducen tópicos añejos y se vende falsa
progresía “concediendo” a las mujeres migajas de sus derechos.
Una ofensa para todas aquellas que
murieron por sacarnos de la ignorancia, la esclavitud y la sumisión.
Porque no queremos regalos, sólo exigimos nuestros derechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario