lunes, 2 de diciembre de 2019

¿Habemus Hibris?

Sepa si usted, su jefe o el político de turno están enfermos de poder

El síndrome de hibris se ha descrito en hombres poderosos a lo largo de la historia.
2 Diciembre 2019

Narcisismo, aislamiento e impulsividad son síntomas de un síndrome que se ha identificado en personas que ocupan cargos de poder público.
No es mentira aquella frase de que el poder enferma. Y la prueba de ello es el síndrome de hibris (SH), un trastorno emocional que afecta a quienes ejercen el poder en cualquiera de sus formas.
Se trata de una alteración que ha sido descrita en muchas áreas, pero que se ha analizado más en la política a partir del comportamiento común en muchos líderes en los que cualidades como la confianza y la seguridad en sí mismos tienden a transformarse en arrogancia y prepotencia, explica la maestra en psicología clínica Sandra Herrera, de la Universidad de Salamanca.
El nombre de esta condición se deriva de 'hyibris', un concepto griego que significa desmesura y hoy alude al orgullo o a la autoconfianza exagerada cuando se ostenta alguna posición de mando.
Rodrigo Córdoba, director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Rosario, dice que si bien el SH “no está dentro de la clasificación de enfermedades psiquiátricas, no quiere decir que no pueda haber una patología que reúna determinadas particularidades específicas como estas”.
David Owen, médico y político británico, describió en su libro En el poder y la enfermedad que desde la antigüedad, el tema de 'hybris' se ha tratado en filosofía (Aristóteles, Platón, Herodoto) y que fue en el drama griego donde se desarrolló con más fuerza.
Asegura Owen que la trayectoria de la 'hybris' en los dramas griegos tenía, más o menos, las siguientes etapas: “El héroe se gana la gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra todo pronóstico. La experiencia se le sube a la cabeza y empieza a tratar a los demás, simples mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz de cualquier cosa”.
El asunto es que dicho exceso de confianza en sí mismo lleva al líder a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer errores. “Al final se lleva su merecido y se encuentra con su némesis, que lo destruye”, remata Owen, quien es además neurólogo.
Al acoplarse el tema en la psicodinamia actual, Córdoba manifiesta que en realidad lo puede padecer todo aquel que por narcisismo en una posición jerárquica llegue a imaginar que lo que piensa es correcto y lo que opinan los demás, no, al punto de creer que todos los que lo critican son enemigos. “La persona pierde la perspectiva de la realidad, solo ve lo que quiere ver, y aceptar opiniones ajenas lo considera una flaqueza”, insiste.
Herrera indica que esta condición es más frecuente de lo que se cree, pero se deja pasar porque muchas personas que rodean al afectado se sienten intimidadas y vulnerables y terminan avalando lo que el poderoso hace. 
Aun así, es tan evidente que hace un tiempo, el Journal of Neurology publicó el artículo ‘Hybris, ¿un trastorno de la personalidad adquirido?’, en el que analizó el comportamiento de los presidentes de Estados Unidos y primeros ministros del Reino Unido de los últimos 100, años con resultados que confirman que muchos lo padecieron, entre ellos George W. Bush, Margaret Thatcher y Tony Blair.
La lista incluye a dictadores cuyas personalidades narcisistas los tornaron más proclives a desarrollar SH, como Stalin, Hitler, Franco, Sadam Hussein y uno que otro político latinoamericano.
Preocupación desmedida por la imagen, un modo mesiánico de hablar y tendencia a hacerlo de sí mismo en tercera persona son rasgos de estas personas.
Owen y Córdoba coinciden en que aún no está claro si esta conducta está relacionada con ciertos tipos de personalidad o si estos líderes desbordados empiezan a actuar como consecuencia de estar en el poder. En ese sentido, algunas investigaciones sugieren que la experiencia de estar en altos cargos puede producir por sí misma cambios en los estados mentales que luego se manifiesten en la conducta propia de la hibris.
Herrera considera que deben existir, como en todas las patologías mentales, predisponentes que al ponerse en contacto con el poder exacerban los síntomas y al manifestarse se realimentan, haciendo más dramática la situación.
Sobre lo que ocurre en el cerebro ‘hubrista’, Owen plantea que se pueden hacer inferencias a partir de rasgos comunes con otros trastornos de personalidad. “Aquí están involucradas partes del cerebro relacionadas con la apreciación del riesgo y la toma de decisiones; la amígdala cerebral y el núcleo accumbens, asociados con la impulsividad y la búsqueda irracional de riesgos”, dice Herrera.
Pero lo que más llama la atención, según Córdoba, es que se han descrito cambios en los lóbulos frontales que llevan a trastornos de la personalidad en individuos con éxito o poder. “Se produce una activación prefrontal izquierda en las personas que rememoran situaciones en las que tenían poder. Esto es tan claro que permite suponer que, además de la función, también hay cambios anatómicos en estas personas”, dice.
Estas áreas requieren neurotransmisores y sustancias que las activen, como cortisol y testosterona, y se ha demostrado en ellos el aumento de la serotonina y la dopamina. “Se puede inferir, entonces, que el poder actúa como una especie de droga que tiende a generar dependencia y adicción”, enfatiza el especialista.
Owen en su libro describe un listado de signos y síntomas que pueden orientar el diagnóstico del SH en políticos. Si usted o una persona que conoce tiene más de cinco es posible que lo padezca y debería consultar.
  •  Propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria.
  •  Tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar su propia imagen.
  •  Preocupación desmedida por la imagen y la presentación personal.
  •  Modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación.
  •  Identificación con la nación, el estado y la organización.
  •  Tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y usar la forma regia de nosotros.
  •  Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por el de los demás.
  • Autoconfianza exagerada, tendencia a la omnipotencia.
  •  Creencia de que no deben rendir cuentas a sus iguales, colegas o a la sociedad, sino ante cortes más elevadas.
  •  Creencia firme de que dicha corte les absolverá.
  •  Pérdida de contacto con la realidad: aislamiento progresivo.
  •  Inquietud, imprudencia e impulsividad.
  •  Convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas ignorando los costes.
  •  Incompetencia ‘hubrística’ por excesiva autoconfianza y falta de atención a los detalles (termina por tomar decisiones erradas).
Sandra Herrera insiste en que buenos niveles de seguridad y autoconfianza son claves hoy, pero cuando esto se vuelve arrogancia y prepotencia ‘hubrística’ puede acompañarse de maltrato hacia el entorno, lo que hace urgente la intervención.
“Es imperativo que la persona afectada entre en razón y entienda que muchas veces basta con que se aparte del poder para que se cure”, dice la psicóloga. Pero esa es la dificultad: esta condición actúa como una droga, y hay una tendencia a aferrarse a la posición, por lo que pocas veces la persona deja voluntariamente el poder.
“Cuando tienen que alejarse del poder persisten con algunos rasgos que los impulsan a recuperar lo que perdieron, y el ciclo se puede repetir”, remata Herrera.

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