No trates con fascistas, no trates con racistas
Creo que ya ha llegado el momento de llamar fascistas a los fascistas, neonazis a los neonazis y dejarnos de paños calientes y de esa peregrina consigna de que todas las ideas merecen respeto. De ninguna manera. Las ideas de Vox no merecen respeto. Las de quienes votan a Vox tampoco. Ni Vox ni sus votantes lo merecen. Y punto. Y cuando alguien delante de ti defienda las consignas del partido ultra, te levantas y te vas. Y cuando tu hijo te diga que le gusta Abascal, lo sientas y le explicas por qué no puede ser un cobarde y un desgraciado. Si te dice que hay que echar a los inmigrantes, le paras los pies de la misma manera que lo harías si te dijera que hay que violar a las chicas o hay que torturar a los animales. Sin contemplaciones y de forma tajante. Inmediatamente.
Ha llegado el momento de que el cordón sanitario que se aplica —cada vez menos— en algunos países frente a los fascistas lo aterricemos en las relaciones personales. Si tienes un amigo fascista, colaboras con el fascismo. Si confraternizas con una panda de fascistas, colaboras con el fascismo. Si te callas ante alguien que afirma votar a Vox o comprender las consignas de Abascal, De Meer y compañía, colaboras con el fascismo. Si haces todo lo anterior eres un maldito racista y una persona decente no trata con racistas. Es tan simple que hasta un fascista lo entendería.
Hemos llegado a este punto de miseria y brutalidad porque llevamos demasiados años templando gaitas, debatiendo en tertulias falaces si podemos o no llamar fascismo a lo de los neonazis de Vox. Los medios de comunicación los han sentado en tertulias como si fueran opiniones respetables, los han entrevistado y les han dado voz para que sus consignas criminales cundan entre la población. Llevamos años supuestamente "analizando las causas" de algo a lo que no nos hemos atrevido a llamar por su nombre: fascistas y neonazis.
Hemos asumido su idea del "gran reemplazo" y su idea de la "remigración" por el método básico de admitir y usar tales formulaciones, que no son más que construcciones criminales. Podemos escuchar y leer en los medios de comunicación qué significan tales barbaridades, como si realmente significaran algo. Y no, no tienen ningún significado más allá de ponerle nombres rimbombantes a lo que vienen siendo ideas neonazis de toda la vida. Primero viene la idea de deportación, después la de limpieza étnica. Ambas encierran una pulsión de muerte.
El racismo que ahora enarbola abierta e impúdicamente Vox prende entre la población por dos razones básicas: la ignorancia y el miedo. Sobre todo la ignorancia. Y también la maldad. Es maldad. Una no puede, evidentemente, respetar a un racista. Jamás. Pero ha llegado el momento de dar un paso más. Es necesario hacerlo explícito. No estoy hablando de partidos políticos, sino de la gente que nos rodea. Debemos, es nuestra obligación moral y democrática, hacer explicito nuestro desprecio por los racistas, los fascistas y los neonazis que votan a Vox y que defienden esas posturas. No entablar conversación con ellos. No sentarnos a su mesa. No compartir copa ni bailar con ellos. No se confraterniza con la bestia, porque hacerlo te convierte en bestia.
Me declaro antifascista hasta la médula. Ser antifascista es un honor que tiene su genealogía. Se lo debemos a todas esas personas que en su momento combatieron el fascismo con sus vidas. Sabemos hasta dónde llegaron los nazis. Sabemos cuánto silencio de la mayoría, cuanta confraternización de la población europea hizo falta para que pudieran alcanzar el poder y perpetrar unas atrocidades que no se nos olvidan. Llegadas a este punto, ser antifascistas de forma explícita y radical no es una opción. Es una obligación.
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