Como observo que últimamente cuando trato de
explicar algo siempre hay alguien que entiende justo lo contrario de lo que
deseo decir, estoy intentando aprender a expresarme mejor por escrito dado que
mi expresión oral la tengo más que perdida, trato esta vez de dar a entender
una idea sencilla pero muy complicada a la vez que yo resumiría en lo
siguiente:
La buena gente, la gente con moral y dignidad en
España huye de la política, por lo que podemos afirmar que todos los que han
hecho de la política su medio de vida carece de moral o tienen una moral
selectiva.
Bien dicho así seguramente alguno se sentirá
molesto pues cree profundamente que no se puede generalizar veamos ahora unas
líneas de una de mis biblias:
Política y moral son formas de comportamiento que
no pueden identificarse. Ni la política puede absorber a la moral, ni ésta
puede reducirse a la política. La moral tiene un ámbito específico al que no
puede extenderse sin más la política. Culpar a un inocente es no sólo injusto,
sino moralmente reprobable, aunque un Estado lo haga por razones políticas. De
la misma manera, la agresión contra un país pequeño y soberano es un acto
inmoral, aunque el agresor trate de justificarlo políticamente (por los
interese de su seguridad nacional). Pero a su vez, la política tiene un
campo específico que impide que sea reducida a un capítulo moral. De ahí la
necesidad de que ambas formas de comportamiento humano mantengan una relación
mutua, pero conservando a la vez sus caracteres específicos, es decir,
sin que una absorba a la otra, o la excluya por completo.
A este respecto examinaremos dos posiciones
extremas acerca de las relaciones entre política y moral que nos permitirán
situar a ambos en su verdadero terreno. Una es la del moralismo abstracto; otra
la del realismo político.
El moralista abstracto juzga los actos políticos
con un criterio moral, o, mejor dicho, moralizante. Solo aprueba por tanto, los
actos que pueden ser alcanzados por medios "puros" que no
intranquilizan a la conciencia moral, o satisfacen plenamente las buenas
intenciones o las exigencias morales del individuo. Una expresión
histórico-concreta de esta actitud moralizante fue, en el siglo pasado la de
los socialistas utópicos (Saint-Simon, Owen, Fourier, etc.), que pretendían
trasformar radicalmente el orden social imperante apelando a la persuasión
individual, a la conciencia moral o a los corazones de los empresarios para
alcanzar así un orden social económico que tuviera por base una justa
distribución de la riqueza. Expresión de esa actitud moralizante es también la
que juzga la labor de un gobernante sólo por sus virtudes o vicios personales,
y pone las esperanzas de trasformación política en la moralización de los
individuos, sin comprender que no se trata de un problema individual, ya que es
una determinada estructura político-social la que hace posible que sus
cualidades morales- positivas o negativas, se desarrollen o ahoguen.
Este moralismo abstracto conduce a una
reducción de la política a la moral. Esto lleva, así mismo a la impotencia
política en acción o ante la imposibilidad práctica de efectuar esa reducción a
la condena o renuncia a la política para refugiarse en la esfera pura y privada
de la moral. Así pues, el precio que el moralista abstracto ha de pagar por su
actitud es, desde el punto de vista político, sumamente alto: la impotencia
política, o la renuncia a la acción.
Por consiguiente, ni renuncia a la política en
aras a la moral, ni exclusión de la moral en aras de la política.
Ética, Adolfo Sánchez Vázquez .
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