Nada existe. Si algo existe no se puede conocer. Y si
se puede conocer no se puede comunicar. Esto pontificaba Gorgias, el
sofista, que, además, creía que la verdad y la falsedad son caras de una misma
moneda, aunque la demostración de tal asombro requería una cierta habilidad que
él, que se tenía por muy listo, enseñaba al curioso previo pago de la
tarifa correspondiente.
Gorgias no sólo era un retórico profesional. Era un burlón que se
jactaba de contestar a todas las preguntas que se le pudieran hacer y a
que nadie podía decir más que él con menos palabras. Se vanagloriaba de
persuadir con sus discursos a cualquier auditorio, de jueces en los
tribunales, de senadores en el senado o de ciudadanos en la asamblea. Se
reía de todo, especialmente de lo más serio. Intentó
borrar la distinción entre la verdad y la mentira, nada menos. Quiso
hacernos
creer que la racionalidad, el principio de contradicción, la causalidad,
la
inferencia, la inducción, la comprobación empírica y el resto de caminos
y
fórmulas que permiten el avance del conocimiento eran humo, apariencia,
sueños
tan falsos como ciertos, el lecho blando en el que duerme la confusión a
la que
estamos condenados.
Los sofismas de Gorgias han
servido, desde entonces, para hacer pasar al héroe por villano, al justo por
sinvergüenza, al ladrón por honrado, al corrupto por virtuoso, al verdugo por
víctima, al muerto por vivo, al mentiroso por honesto, al alto por bajo y al
gordo por flaco. Ya se sabe, en un mundo sin certezas todos los gatos son
pardos. No sorprende que los sofistas arrastren fama de fulleros y de
enredadores.
Gorgias murió hace dos mil
quinientos años. Pero es un muerto muy vivo, rescatado por Rajoy, nuestro
Presidente, que cuando habla sobre la corrupción estructural y presunta que
asfixia a su partido transpira sofismas. Sabido es que Gorgias fue un nihilista
y que el nihilismo va bien a cualquier causa, especialmente a las más
miserables.
Sostiene Rajoy que todas las
acusaciones que pesan sobre su partido, su persona y otros camaradas son
mentira, excepto las que son ciertas, pero sin reconocer lo que es verdad, de
donde se desprende que todo puede ser falso aun sin serlo. Como está tan
seguro de lo que dice, el Presidente no admite que le pregunten sobre el caso,
en acto tan valeroso como cobarde, porque responder no es aclarar sino
oscurecer, aunque cuando sea de noche no se perciba un poco más de negritud, lo
cual deja sin efecto lo dicho anteriormente, excepto que se descarte lo
contrario. Cuando se refiere a Bárcenas, Luis el cabrón para sus
compinches, al que nunca nombra ni por el nombre ni por el alias, el Presidente
afirma saber algo, que no es ni poco ni mucho, a pesar de que fue el tesorero
de su partido, lo cual no es claro en sí porque a lo mejor tuvo un doble, vaya
usted a saber, por mucho que la caligrafía coincida con la mano criminal, lo
que no deja de ser conjetura porque lo único seguro en esta vida es que
moriremos cuando nos toque, como anuncian las señas misteriosas que todos
llevamos grabadas en las palmas de las manos y en las plantas de los pies.
Sobre Ana Mato, ministra de su gobierno, calla, porque acerca de sus
oscuridades da lo mismo hablar que no decir, al quedar probado que estaba en
régimen de gananciales cuando recibía regalos de la trama Gürtel y no separada
o divorciada, porque hasta sobre eso se duda, de los regalos de los que era
recipiendaria, si bien no recuerda cómo eran, especialmente los viajes,
hoteles, fiestas y bolsos de Vuitton, tan discretos siempre, no cupiendo duda
sobre la duda, salvo si el asunto es cierto, aunque sólo a medias. De la trama
Gürtel (cinturón en alemán), dirigida por unos tíos muy simpáticos, Correa,
Crespo y Pérez, alias el bigotes,
Rajoy sostiene que no hay que avergonzarse de nada, que se hará lo que
corresponda, sin ocurrencias, como Dios manda, aunque haya porciones de
alcaldes, diputados y adláteres del PP imputados y encarcelados por el asunto,
sin que la lista se acabe sino que engrose, porque lo que no mata engorda,
quien no parece perece y el vicio llama al vicio tanto como a la virtud. Y de todos
en conjunto, Bárcenas, Matos, Gürteles, etc., que comen y beben juntos, afirma
Rajoy, el mismo que no distingue su letra ni el tiempo del clima, que hay que
estar tranquilos, con la cabeza bien alta, que él ganaba más
como registrador de la propiedad, que son transparentes y que por ello no dan
la cara, que lo que no prescribe se olvida y lo que se recuerda se perdona, que
para eso se inventó el Consejo de Ministros y el derecho de gracia, lo cual es cosa justa
cuando conviene y al revés ya veremos, que las instituciones funcionan y que en
homenaje a ellas no se va al parlamento a rendir cuentas, que otros expliquen,
aunque no sepan palotada de lo que hay que decir, porque basta con hablar para
parecer que se dice algo, porque eso es transparente como la ignorancia que
trasluce, que la prensa haga su trabajo denunciando los desfalcos pero que a
los denunciantes les puede caer una querella, que quien la hace la paga pero
sin pagar nada porque el poderoso ni paga ni fía, que en eso reside el poder en
esta España de pandereta, en la que los amigotes trapichean con alegría y buen
humor, que los jueces trabajen y que los fiscales actúen y que a Garzón, único
condenado de la Gürtel, lo laminen porque cumplía con su obligación, lo cual es
así porque cobraba por ello, no se vaya a pensar lo que no es. ¡Y viva el vino y vaya tropa!
Rajoy y los suyos se enredan en las zarzas del silogismo
para no afrontar lo evidente, que es una corrupción gangrenosa, presunta, que
rodea a su partido, filtrada desde dentro, fuego amigo por así decirlo, como
delatan el olor a fermentación butírica que sale de los bajos de la calle
Génova y la mirada de Aguirre, que dice que está retirada aunque nadie la crea.
A cada prueba, a cada indicio sobre la corrupción, la cúpula del PP responde
con una mentira más gorda, con gato por liebre, con la intención de tapar la
infamia precedente, sin caer en la cuenta de que están a punto de agotarse las
existencias de lona de camuflaje. Pretenden los señores del PP, con el
revoltillo que andan componiendo, que no se huela la pestilencia, y no se
percatan de que el hoyo que están cavando está a punto de aflorar por Nueva
Zelanda.
Será verdad lo que decía el
clásico que, apoyándose en el filósofo Metrodoro Chío, sostenía que no se sabe
nada y que todos son ignorantes, y aún esto no se sabe de cierto, que si se
supiera ya se sabría algo, por lo que sólo se sospecha.
Gorgias se reía de todos, como
nuestro Presidente, que no tiene gracia y que aún no se ha percatado de que su
bromas enfadan a un público harto de que le mientan y le tomen por imbécil, que
eso es lo que se respira, porque ya el pueblo no se conforma con subirse a la
farolas para ver pasar la Historia, como decía Umbral, sino que quiere hacer
Historia tomando la calle que nunca debió abandonar.
Terminamos como empezamos, pero
no con Gorgias de Leontino sino con Rajoy de Santiago de Compostela: la
corrupción no existe, si existe no se puede conocer y si se puede conocer es incomunicable.
Emilio Alvarado Pérez, es portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares
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