GRAN CANARIA | LAS PALMAS DE GC | OPINIÓN
Jueves, 29 de Junio de 2017 a las 12:48 horas
Suicidarse en España
Xavier Aparici Gisbert
Filósofo y emprendedor social
(A partir del artículo El imposible mapa de los suicidios en España, de Manuel Ansede y Yolanda Clemente, publicado el 14 junio 2017 en El País)
El suicidio, el que una persona se mate a sí misma, es, probablemente, el acto más contradictorio y extremo al que puede llegar un ser humano, ya que, como seres vivos que somos, estamos impelidos a sobrevivir y perdurar; nuestra cultura considera la vida humana y su mantenimiento como un valor supremo; y, emocionalmente, la perspectiva de pérdida de la vida propia y la de nuestros prójimos se vivencia como una de las mayores desgracias que nos pueden acontecer.
Sin embargo, a pesar de todo ello y como muestra del fracaso civilizatorio en que nos hayamos inmersos en el “primer mundo”, la gente se extingue por su propia mano en un número alarmantemente alto: según el Instituto Nacional de Estadística, solo en España en 2015 se produjeron 3.602 muertes por suicidio, una cifra 2,5 veces superior a la de la que ocasionan los accidentes de tráfico. Suicidarse es, a mucha distancia, la principal causa de muerte no natural entre nuestra población. Y afectando a los hombres en una proporción de 3 a 1 con respecto a las mujeres.
No obstante, a causa de la negligencia en el sistema de reconocimiento y contabilización de las instituciones de gobierno e investigación en nuestro Estado, en aspectos cruciales se ignora la auténtica envergadura y el alcance real de este luctuoso problema. Por ejemplo, en las indagaciones sobre la distribución geográfica de los suicidios, hasta 2013 el INE no pudo acceder a los datos del Instituto Anatómico Forense de Madrid, lo que provocó que, de un año a otro, en esa Comunidad el número de suicidios “aumentara” en un 250%. Según algunos cálculos, solo el 40% de las defunciones por suicidio se llegan a codificar como tales, lo que lleva a expertos (como el psicólogo clínico Javier Jiménez, presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio) a considerar que “Cogiendo bien los datos de los Institutos de Medicina Legal en toda España, quizá se registrarían 1.000 suicidios más cada año”. En estas circunstancias, carece de rigor la mejor tasa media anual oficial española de 95 suicidios por cada millón de habitantes, frente a la tasa media mundial de 114.
La Organización Mundial de la Salud anima a prevenir este gravísimo problema interviniendo en sus factores de riesgo, como el maltrato, el abuso del alcohol, los problemas de salud mental y el acceso a armas. Aun así, en España no existen programas de prevención de ámbito nacional. Tal vez, porque, como se ha observado en otros países europeos, afloraría la relación entre el aumento del desempleo y el de los suicidios. Probablemente, porque habría que poner el foco en los efectos de la crisis sobre la depresión, esa dolencia psicológica con la que -junto al alcoholismo- se relacionan, al menos, el 50% de los suicidios. Y, sin duda, porque habría que intervenir en la escandalosa proporción, de 2 a 1, en la incidencia de la pobreza en los casos de suicido.
Hoy, hay que tomar conciencia de que en España (en 2012) hay, como mínimo, diez veces más suicidios que homicidios. Y de que, en sus últimas guerras, el ejército de EEUU ha perdido a más soldados por suicidio, que en combate.
El disimulo informativo de los mayores problemas que nos acechan, la ocultación del verdadero alcance de los mismos y la mojigatería de justificar su escamoteo en el ánimo de no alterar la paz social, son un grave atentado al derecho democrático de obtener conocimiento veraz y relevante sobre los asuntos de interés general. Y consentirlo socialmente, nos lleva al suicidio colectivo. Esto último, ya no es una metáfora.
El suicidio, el que una persona se mate a sí misma, es, probablemente, el acto más contradictorio y extremo al que puede llegar un ser humano, ya que, como seres vivos que somos, estamos impelidos a sobrevivir y perdurar; nuestra cultura considera la vida humana y su mantenimiento como un valor supremo; y, emocionalmente, la perspectiva de pérdida de la vida propia y la de nuestros prójimos se vivencia como una de las mayores desgracias que nos pueden acontecer.
Sin embargo, a pesar de todo ello y como muestra del fracaso civilizatorio en que nos hayamos inmersos en el “primer mundo”, la gente se extingue por su propia mano en un número alarmantemente alto: según el Instituto Nacional de Estadística, solo en España en 2015 se produjeron 3.602 muertes por suicidio, una cifra 2,5 veces superior a la de la que ocasionan los accidentes de tráfico. Suicidarse es, a mucha distancia, la principal causa de muerte no natural entre nuestra población. Y afectando a los hombres en una proporción de 3 a 1 con respecto a las mujeres.
No obstante, a causa de la negligencia en el sistema de reconocimiento y contabilización de las instituciones de gobierno e investigación en nuestro Estado, en aspectos cruciales se ignora la auténtica envergadura y el alcance real de este luctuoso problema. Por ejemplo, en las indagaciones sobre la distribución geográfica de los suicidios, hasta 2013 el INE no pudo acceder a los datos del Instituto Anatómico Forense de Madrid, lo que provocó que, de un año a otro, en esa Comunidad el número de suicidios “aumentara” en un 250%. Según algunos cálculos, solo el 40% de las defunciones por suicidio se llegan a codificar como tales, lo que lleva a expertos (como el psicólogo clínico Javier Jiménez, presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio) a considerar que “Cogiendo bien los datos de los Institutos de Medicina Legal en toda España, quizá se registrarían 1.000 suicidios más cada año”. En estas circunstancias, carece de rigor la mejor tasa media anual oficial española de 95 suicidios por cada millón de habitantes, frente a la tasa media mundial de 114.
La Organización Mundial de la Salud anima a prevenir este gravísimo problema interviniendo en sus factores de riesgo, como el maltrato, el abuso del alcohol, los problemas de salud mental y el acceso a armas. Aun así, en España no existen programas de prevención de ámbito nacional. Tal vez, porque, como se ha observado en otros países europeos, afloraría la relación entre el aumento del desempleo y el de los suicidios. Probablemente, porque habría que poner el foco en los efectos de la crisis sobre la depresión, esa dolencia psicológica con la que -junto al alcoholismo- se relacionan, al menos, el 50% de los suicidios. Y, sin duda, porque habría que intervenir en la escandalosa proporción, de 2 a 1, en la incidencia de la pobreza en los casos de suicido.
Hoy, hay que tomar conciencia de que en España (en 2012) hay, como mínimo, diez veces más suicidios que homicidios. Y de que, en sus últimas guerras, el ejército de EEUU ha perdido a más soldados por suicidio, que en combate.
El disimulo informativo de los mayores problemas que nos acechan, la ocultación del verdadero alcance de los mismos y la mojigatería de justificar su escamoteo en el ánimo de no alterar la paz social, son un grave atentado al derecho democrático de obtener conocimiento veraz y relevante sobre los asuntos de interés general. Y consentirlo socialmente, nos lleva al suicidio colectivo. Esto último, ya no es una metáfora.
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