Cospeoporosis
Por Jesús Moreno Abad
Nos pasamos media vida diciendo cosas que en realidad no son las que
hubiéramos querido decir o que, una vez dichas, no reflejan el
significado exacto o la emoción que albergaban en nuestra cabeza. Puede
que las palabras sean por naturaleza imprecisas o que el lenguaje no sea
finalmente el gran invento para comunicarnos que habíamos pensado.
También puede pasar que sólo seas un mentiroso de cojones y punto. Eso
también. Lo importante es saber distinguir los pequeños signos
vibratorios y sutiles que te avisan cuando estás diciendo algo que no te
hace justicia o que simplemente te deja en evidencia. Ésa es una
facultad humana que se les ha atrofiado a nuestros gobernantes a causa
de la rara enfermedad de la Cospeoporosis
Parece que es el precio a pagar por gobernar; sufrir la inhibición de
los transmisores que activan, como chivato de las dignidades
maltrechas, el característico ardor de mejillas que alerta al ser humano cuando queda como un imbécil. Cospeoporosis galopante, ya digo, enfermedad llamada así en recuerdo al episodio más virulento registrado: el de María Dolores de Cospedal explicando el despido diferido y simulado del extesorero Bárcenas.
La enfermedad se presenta tal que así: el paciente comparece con
solemnidad y aspecto de estadista solvente o de hombre o mujer de
Estado. Entonces ve un micrófono, y se asoma a él con actitud desafiante
y pizpireta, propia del que está cargado de razones. Lo siguiente es
comenzar a decir estupideces sin respiración. Eso mientras el
afectado sonríe con condescendencia mal disimulada al estupefacto
personal que escucha sus delirios removiéndose incómodo, en un estado
incipiente de vergüenza ajena. “Si es que os lo tengo que dar
todo masticadito”, parece pensar el sobrado orador, huérfano de color en
las mejillas y de sentimiento alguno de ridículo espantoso. Se sabe que
el episodio es grave en el justo momento en que el paciente se obstina
en la explicación invertebrada, a ratos con accesos de tartamudez, cuando sus palabras son ya comentadas jocosamente hasta por los bebés prematuros en las incubadoras.
Es una enfermedad terriblemente contagiosa. Hemos visto brotes serios en la ministra Ana Mato
cada vez que tiene que hilar conceptos tales como ‘Gürtel’, “Jaguar en
el garaje”, “confeti” o “Disneyland París”. También en Rajoy, cuando
trata de leer su propia letra y le pasan cosas “verdaderamente
notables”. O en el ministro Montoro, cuando trató de verbalizar el
milagro de la “ponderación” de los impuestos que suben, y casi en
cualquier otra ocasión en que abre la boca.
La verdad es que, de un tiempo a esta parte, parecía que la expansión
de la epidemia estaba controlada. Pero no. Ha vuelto un repunte
infeccioso. Uno en Esperanza Aguirre, esa mujer a quien
se le iba el sueldo de presidenta con el vuelo de Superman de la
calefacción por los techos palaciegos, al asegurar que no entiende la reacción “furibunda” de la gente ante la idea de quitar el salario mínimo. También ha sufrido un ataque González Pons, cuya genética le hace especialmente vulnerable al contagio, desvariando con que los jóvenes que emigran están en realidad en su país (en el Imperio español no se pone el sol, ya saben). Eso que la también infectada ministra de Empleo, iluminada por la fiebre y la Virgen del Rocío, definió en su día como simple “movilidad exterior”.
Pero el verdadero pánico ha cundido con el apoyo de Cospedal
-que no se pierde repunte epidémico alguno-, zanjando rotunda y
solvente: “Los jóvenes españoles son jóvenes europeos. Hasta ahí
podríamos llegar”. Vuelta al paciente cero. Esto tampoco tiene cura. Como tantas cosas en España.
COMENTARIO:
Por cierto la grabacion del despido en diferido esta haciendo furor en los tonos de llamada de los moviles... cualquier día lo vemos en las listas de poli-tontos, digo politonos.....
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