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sábado, 19 de octubre de 2024

Nadie quiere ser “extremo"

 


«Muchos sectores culturalmente de izquierdas han asumido que la radicalidad de la praxis y de las propuestas no funcionan a la hora de sumar apoyos», escribe Pablo Iglesias. A su juicio, esa es «una terrible derrota ideológica».

Ilustración: RAPA

Este artículo se ha publicado originalmente en el dossier #LaMarea102 | ‘El cuento de la extrema izquierda’. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.

Muchas veces traté de explicar que la geografía «izquierda-derecha» no servía siempre para explicar la política, y que otras geografías como «arriba-abajo» podrían ser, en ocasiones y ante ciertos contextos, más útiles e incluso más apropiadas para definir una política radical. No siempre se me entendía y el mero cuestionamiento de la geografía más frecuente que delimita los campos políticos entre la izquierda y la derecha ofendía a algunos izquierdistas que entendían que se trataba de un subterfugio politológico para reivindicar una política «centrista» (diferente a la de la izquierda y más cercana a la derecha). Aquel planteamiento también entusiasmaba, por motivos paradójicamente muy similares, a aquellos que entendían que para llegar a sectores sociales ajenos a las identidades históricas de la izquierda, había que parecer ajeno a la geografía ideológica clásica y ser «transversal».

Sea como fuere, la vieja geografía surgida de la revolución francesa, aunque no lo explica todo, sí nos permite orientarnos trazando algunos mapas políticos simples y útiles para lo que nos ocupa.

Para el caso político español y su historia política reciente, si asumiéramos que «a la izquierda del PSOE» (signifique eso lo que signifique) está el PCE, debiéramos asumir también que «a la izquierda del PCE» debería estar la extrema izquierda. Es más que discutible qué signifique eso de estar «a la izquierda de» si tenemos en cuenta, además, que durante nuestra Transición, el discurso del PSOE solía estar «a la izquierda» del discurso del PCE, aunque eso a las élites oligárquicas (en particular a los militares) no les modificara ni un ápice su naturaleza anticomunista.

Podría argumentarse que lo que define a una izquierda respecto a otra es el carácter más o menos radical de sus propuestas (entendiendo por radicalidad su posicionamiento más decidido con los intereses de los sectores subalternos y menos conciliador con los intereses de las élites) pero podría contraargumentarse que, tras varias décadas de neoliberalismo, hoy las propuestas clásicas de la socialdemocracia en torno a la construcción y proyección de un Estado del bienestar son de extrema izquierda.

«A la izquierda» de…

En lo que al término «extrema izquierda» se refiere cabría resaltar también una obviedad. El propio adjetivo «extrema» tiene connotaciones negativas tanto en el lenguaje político-periodístico como el politológico. Nadie con sentido común y experiencia política se dejaría etiquetar como extremista de izquierdas o como populista.

La publicación que me pide este artículo está seguramente «a la izquierda» de la mayoría de las que conozco, pero no creo que se sintieran cómodos si se les presentara como un medio de extrema izquierda y a su directora como una periodista de extrema izquierda.

Pero entiendo la pregunta que me formulan y voy a tratar de responderla. Dani Domínguez me escribió explicándome lo siguiente: «La Marea de septiembre-octubre la vamos a dedicar a la extrema izquierda. El enfoque será que, a pesar de los augurios de la derecha y la extrema derecha, la extrema izquierda institucional no existe. Queríamos pedirte un artículo también a ti, si te encaja y tienes tiempo. Sería un análisis en clave personal y politológico como cara visible de lo que se ha tildado como ‘extrema izquierda’ en España en la última década. Nos gustaría saber si el programa de Podemos era de extrema izquierda, si vuestras propuestas podían considerarse como tal y si durante vuestra etapa en el Gobierno conseguisteis aprobar alguna medida de extrema izquierda».

Como ven, el enfoque de La Marea coincide en cierta medida con el que yo presento aquí al rechazar de algún modo la etiqueta pero, al mismo tiempo, deja abierta la posibilidad de que exista una extrema izquierda «no institucional».

A mi entender, más allá de la etiqueta o los símbolos con los que cada grupo se identifique o con la radicalidad de su programa escrito en un papel, la clave es cómo te percibe el adversario.

Por mucho que pueda ser ridículo que las derechas y extremas derechas mediáticas y políticas señalaran a Podemos como extrema izquierda para atacarnos y descalificarnos, es evidente que veían en nosotros algo diferente a la izquierda española que habían conocido hasta entonces. Nuestra llegada al Gobierno no hizo sino reforzar ese instinto anticomunista y lo mismo ocurrió con nuestra praxis en el Gobierno. ¿Fue aquella una praxis de extrema izquierda? A cualquiera de los que participamos en él la pregunta nos provoca una sonrisa, cuando no una carcajada, pero es evidente también que lo que hicimos y dijimos desde el Gobierno los ministros de Podemos era, para nuestros adversarios, política de extrema izquierda. Proponer a Bildu y a ERC construir juntos una nueva dirección de Estado, llamar presos políticos a los presos políticos eran afirmaciones de pura sensatez estratégica para nosotros y provocaciones de extrema izquierda para nuestros adversarios. Las leyes feministas de Irene Montero, el Ingreso Mínimo Vital o las medidas del escudo social, por mucho que a nosotros nos parecieran pequeños avances en el contexto de una correlación de fuerzas desfavorable, eran para nuestros adversarios la promesa de un infierno rojo para los ricos.

La política como mercado

El problema de lo que estamos discutiendo, sin embargo, no es tanto que exista o no la extrema izquierda dentro o fuera de las instituciones, sino el hecho de que muchos sectores culturalmente de izquierdas han asumido que la radicalidad de la praxis y de las propuestas no funcionan a la hora de sumar apoyos y que, por tanto, hay que asumir la política no tanto como un terreno de transformación sino como un mercado de demanda en el que hay que adaptar la propia identidad y las propuestas a las demandas de la mayoría. Tales planteamientos solo revelan los efectos de una terrible derrota ideológica que, a mi juicio, no cabe enfrentar aceptando los términos de la conversación del adversario, sino asumiendo que la ideología es el terreno político decisivo en sociedades tan mediatizadas como las nuestras.

A nosotros, en realidad, nos temían por eso, porque nos atrevíamos a decir y hacer desde las instituciones cosas que movían el eje de combate ideológico hacia la izquierda. Es lógico que nos asumieran como extremistas de izquierdas muy peligrosos.

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