...¿Y si una víctima de un crimen fue una mala persona?,
¿Lo paga uno y descansan cientos?
Reproduzco integro este artículo de Hugo Martínez:
Isabel Carrasco, en una imagen de archivo.
13 de mayo de 2014
11:09
11:09
Lo poco que se va sabiendo del asesinato de Isabel Carrasco
lo sitúa muy lejos de donde lo quisieron colocar los más impresentables
de la caverna mediática desde el minuto en que se conoció. Ni ha sido la
izquierda, ni los escraches, ni Wyoming y Cayo Lara.
Hasta donde sabemos las dos detenidas, madre e hija, y la asesinada
eran afiliadas al PP, una de ellas fue candidata por el PP a las
municipales de Astorga; otra (o la misma, me pierdo) de estas afiliadas
al PP consiguió un puesto de trabajo en una institución controlada por
el PP, una Diputación Provincial, cuya presidenta era la asesinada; y
ésta decidió, por lo que fuera, despedir a esta afiliada de un puesto en
la Diputación para el que también ella decidió contratarla. Sabemos
también que el padre de una detenida y esposo de la otra era (es) un
cargo importante de la policía nacional en León, aparentemente razón por
la que las detenidas tenían acceso a la pistola con la que asesinaron a
Isabel Carrasco.
No sabemos más sobre el asesinato. Era absurdo echar la
responsabilidad del asesinato a los activistas por los derechos humanos.
Ahora que parece que todas las personas implicadas eran del PP en León
tampoco sería prudente achacar a este factor el asesinato.
Isabel Carrasco era conocida. Para mal. Fuera de Castilla y León se
hizo conocida gracias a un programa de La Sexta sobre caciques:
Cuando se conoció su asesinato cualquier conocido castellanoleonés
contaba (en privado) decenas de anécdotas que demostraban el carácter
despótico y caprichoso con el que se manejaba. Nada insólito: es lo que
facilita una institución tan escasamente democrática como la diputación
provincial, nido de caciques y corruptos por toda España sin control
electoral directo; por eso el PP recorta funciones de ayuntamientos,
comunidades autónomas… y refuerza las diputaciones.
Según cuenta León Noticias el propio PP de León señala, con sus palabras,
“Montserrat había sido trabajadora de la institución provincial en los
tiempos en los que su relación con Carrasco era de ‘afinidad familiar’” y del mismo modo “fue un despido ‘personal y no profesional’”.
Esto es, las instituciones públicas eran manejadas como un cortijo en
el que el señorito (la señorita, esta vez) contrataba y despedía en
función de quién era su amigo y quién no. Tampoco es nada que haga
insólito al personaje: Aznar puso en Telefónica y Cajamadrid a sus
amigos del cole y la facultad; no nos vamos a escandalizar ahora por la
extensión del caciquismo.
Sabemos poco. Pero lo poco que hace falta saber es que alguien ha
asesinado a otra persona. Da igual que sea por odio político, por
venganza laboral o como cada vez parece más probable, por odios
personales (que fruto del caciquismo se habían mezclado con lo político y
lo laboral). Eso debe bastar para que uno rechace el asesinato.
Hoy se blanqueará a Isabel Carrasco. Desde unas filas se difundirán
sus maravillosas virtudes (o se eclipsarán sus defectos insistiendo en
que la culpa es de Wyoming, Alberto Garzón y los escraches). En general
lo que se está oyendo es que era controvertida para no entrar en
detalles.
No hace falta. Cuando nos oponemos a los asesinatos (como cuando nos
oponemos a la tortura o a la censura) lo hacemos especialmente cuando
sus víctimas son personas detestables: no dice nada de nosotros que
estemos en contra del asesinato de alguien maravilloso, estamos contra
la tortura si nos oponemos a que se torture al criminal más sanguinario.
No hay razón para ocultar que la víctima del asesinato era uno de esos
personajes nefastos que han llevado la podredumbre a todos los rincones
geográficos e institucionales del país. Y que la respuesta a esa
podredumbre debe ser echarlos y cuando haya delitos juzgarlos, que en
ningún caso el crimen es una respuesta aceptable (independientemente de
que en este caso el crimen no sea una respuesta o que incluso pudiera
ser una consecuencia inesperada y terrible de tal forma de manejar las
instituciones).
Ni el crimen convierte en maravillosa a su víctima ni ser una persona
nefasta hace más aceptable un crimen. Cuando se tapan las vergüenzas de
la asesinada uno intuye que quienes lo hacen consideran que es mejor
que no sepamos de quien hablamos porque entonces su asesinato sería
justificable. Como cuando se habla de las víctimas inocentes de un
bombardeo. O de que no había pruebas sólidas contra un condenado a
muerte. Tras ese blanqueo no hay un mayor dolor contra el crimen sino
todo lo contrario: la idea de que si en realidad la víctima no era
maravillosa, el crimen es un poco más aceptable.
*Hugo Martínez Abarca es autor del blog Quien Mucho Abarca
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