Sofistas, artículo imperecedero
Fuente: Blog IU Azuqueca |
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domingo, 10 de febrero de 2013
Nada existe. Si algo existe no se puede conocer. Y si se puede conocer no se puede comunicar. Esto pontificaba Gorgias, el sofista, que, además, creía que la verdad y la falsedad son caras de una misma moneda, aunque la demostración de tal asombro requería una cierta habilidad que él, que se tenía por muy listo, enseñaba al curioso previo pago de la tarifa correspondiente.
Gorgias no sólo era un retórico profesional. Era un burlón que se jactaba de contestar a todas las preguntas que se le pudieran hacer y a que nadie podía decir más que él con menos palabras. Se vanagloriaba de persuadir con sus discursos a cualquier auditorio, de jueces en los tribunales, de senadores en el senado o de ciudadanos en la asamblea. Se reía de todo, especialmente de lo más serio. Intentó borrar la distinción entre la verdad y la mentira, nada menos. Quiso hacernos creer que la racionalidad, el principio de contradicción, la causalidad, la inferencia, la inducción, la comprobación empírica y el resto de caminos y fórmulas que permiten el avance del conocimiento eran humo, apariencia, sueños tan falsos como ciertos, el lecho blando en el que duerme la confusión a la que estamos condenados.
Los sofismas de Gorgias han servido, desde entonces, para hacer pasar al héroe por villano, al justo por sinvergüenza, al ladrón por honrado, al corrupto por virtuoso, al verdugo por víctima, al muerto por vivo, al mentiroso por honesto, al alto por bajo y al gordo por flaco. Ya se sabe, en un mundo sin certezas todos los gatos son pardos. No sorprende que los sofistas arrastren fama de fulleros y de enredadores.
Gorgias murió hace dos mil quinientos años. Pero es un muerto muy vivo, rescatado por Rajoy, nuestro Presidente, que cuando habla sobre la corrupción estructural y presunta que asfixia a su partido transpira sofismas. Sabido es que Gorgias fue un nihilista y que el nihilismo va bien a cualquier causa, especialmente a las más miserables.
Sostiene Rajoy que todas las acusaciones que pesan sobre su partido, su persona y otros camaradas son mentira, excepto las que son ciertas, pero sin reconocer lo que es verdad, de donde se desprende que todo puede ser falso aun sin serlo. Como está tan seguro de lo que dice, el Presidente no admite que le pregunten sobre el caso, en acto tan valeroso como cobarde, porque responder no es aclarar sino oscurecer, aunque cuando sea de noche no se perciba un poco más de negritud, lo cual deja sin efecto lo dicho anteriormente, excepto que se descarte lo contrario. Cuando se refiere a Bárcenas, Luis el cabrón para sus compinches, al que nunca nombra ni por el nombre ni por el alias, el Presidente afirma saber algo, que no es ni poco ni mucho, a pesar de que fue el tesorero de su partido, lo cual no es claro en sí porque a lo mejor tuvo un doble, vaya usted a saber, por mucho que la caligrafía coincida con la mano criminal, lo que no deja de ser conjetura porque lo único seguro en esta vida es que moriremos cuando nos toque, como anuncian las señas misteriosas que todos llevamos grabadas en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. Sobre Ana Mato, ministra de su gobierno, calla, porque acerca de sus oscuridades da lo mismo hablar que no decir, al quedar probado que estaba en régimen de gananciales cuando recibía regalos de la trama Gürtel y no separada o divorciada, porque hasta sobre eso se duda, de los regalos de los que era recipiendaria, si bien no recuerda cómo eran, especialmente los viajes, hoteles, fiestas y bolsos de Vuitton, tan discretos siempre, no cupiendo duda sobre la duda, salvo si el asunto es cierto, aunque sólo a medias. De la trama Gürtel (cinturón en alemán), dirigida por unos tíos muy simpáticos, Correa, Crespo y Pérez, alias el bigotes, Rajoy sostiene que no hay que avergonzarse de nada, que se hará lo que corresponda, sin ocurrencias, como Dios manda, aunque haya porciones de alcaldes, diputados y adláteres del PP imputados y encarcelados por el asunto, sin que la lista se acabe sino que engrose, porque lo que no mata engorda, quien no parece perece y el vicio llama al vicio tanto como a la virtud. Y de todos en conjunto, Bárcenas, Matos, Gürteles, etc., que comen y beben juntos, afirma Rajoy, el mismo que no distingue su letra ni el tiempo del clima, que hay que estar tranquilos, con la cabeza bien alta, que él ganaba más como registrador de la propiedad, que son transparentes y que por ello no dan la cara, que lo que no prescribe se olvida y lo que se recuerda se perdona, que para eso se inventó el Consejo de Ministros y el derecho de gracia, lo cual es cosa justa cuando conviene y al revés ya veremos, que las instituciones funcionan y que en homenaje a ellas no se va al parlamento a rendir cuentas, que otros expliquen, aunque no sepan palotada de lo que hay que decir, porque basta con hablar para parecer que se dice algo, porque eso es transparente como la ignorancia que trasluce, que la prensa haga su trabajo denunciando los desfalcos pero que a los denunciantes les puede caer una querella, que quien la hace la paga pero sin pagar nada porque el poderoso ni paga ni fía, que en eso reside el poder en esta España de pandereta, en la que los amigotes trapichean con alegría y buen humor, que los jueces trabajen y que los fiscales actúen y que a Garzón, único condenado de la Gürtel, lo laminen porque cumplía con su obligación, lo cual es así porque cobraba por ello, no se vaya a pensar lo que no es. ¡Y viva el vino y vaya tropa!
Rajoy y los suyos se enredan en las zarzas del silogismo para no afrontar lo evidente, que es una corrupción gangrenosa, presunta, que rodea a su partido, filtrada desde dentro, fuego amigo por así decirlo, como delatan el olor a fermentación butírica que sale de los bajos de la calle Génova y la mirada de Aguirre, que dice que está retirada aunque nadie la crea. A cada prueba, a cada indicio sobre la corrupción, la cúpula del PP responde con una mentira más gorda, con gato por liebre, con la intención de tapar la infamia precedente, sin caer en la cuenta de que están a punto de agotarse las existencias de lona de camuflaje. Pretenden los señores del PP, con el revoltillo que andan componiendo, que no se huela la pestilencia, y no se percatan de que el hoyo que están cavando está a punto de aflorar por Nueva Zelanda.
Será verdad lo que decía el clásico que, apoyándose en el filósofo Metrodoro Chío, sostenía que no se sabe nada y que todos son ignorantes, y aún esto no se sabe de cierto, que si se supiera ya se sabría algo, por lo que sólo se sospecha.
Gorgias se reía de todos, como nuestro Presidente, que no tiene gracia y que aún no se ha percatado de que su bromas enfadan a un público harto de que le mientan y le tomen por imbécil, que eso es lo que se respira, porque ya el pueblo no se conforma con subirse a la farolas para ver pasar la Historia, como decía Umbral, sino que quiere hacer Historia tomando la calle que nunca debió abandonar.
Terminamos como empezamos, pero no con Gorgias de Leontino sino con Rajoy de Santiago de Compostela: la corrupción no existe, si existe no se puede conocer y si se puede conocer es incomunicable.
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