Las victimas de la legislatura de Rajoy
España: aumentan los ‘suicidios’ por crisis originadas en deudas hipotecarias
17 diciembre 2015
“Lo llaman suicidio pero es homicidio cuando la estafa
financiera va a por esa persona, creando miedo, depresión y ansiedad”,
explica una española, desde la impotencia de haber perdido a su hermano
Suicidios y crisis. Dos palabras que sólo cuando se pronuncian
desatan la polémica. Frente a quienes sostienen que no existe relación,
otros alertan con datos. Un estudio concluía que la tasa de suicidio
creció un 8% desde 2008, con el inicio de la crisis. Otra investigación
apuntaba un aumento de la ansiedad y depresión.
Más allá de las cifras, la realidad pone nombres y apellidos. El paro
y las amenazas de desahucio fueron las causas que minaron la moral de
Francisco José. La pobreza y la exclusión social provocaron que la
ansiedad y la depresión se apoderasen de su vida. La llegada de una
carta fue la gota que colmó el vaso. En un callejón sin salida,
Francisco puso punto final.
La casa de Francisco José sigue en silencio, cerrada, sin venderse.
Su familia es testigo e intenta sobrevivir con el peso del recuerdo. Su
ausencia se mastica día tras día, desde que hace casi dos años Francisco
se lanzase al vacío.
“Lo llaman suicidio pero es homicidio cuando la estafa financiera va a
por esa persona, creando miedo, depresión y ansiedad”, explica Nani,
desde la impotencia de haber perdido a su hermano. Toda la familia vivía
en Villafranca, Córdoba. De aquel día negro apenas recuerda breves
momentos, pero sí un dolor profundo, sordo y hueco.
Cuando ocurre un suicidio casi nadie quiere hablar. Hay familias que
lo viven como un final a ocultar, aún más cuando la pobreza se cruza en
el camino. Nani quiere recordar a su hermano y su historia como una
víctima de la crisis. Francisco trabajaba en la construcción cuando
firmó una hipoteca con Cajasur.
La llegada del paro parte en dos sus proyectos y, con la ayuda del
desempleo, apenas le da para salir hacia delante con su mujer y una hija
de ocho años. Las amenazas de desahucio no tardan en llegar. “Una, y
otra, y otra, y otra…”, recuerda Nani. No tenían fin.
Para intentar saldar esta deuda, Francisco solicitó ampliar la
hipoteca y otra entidad, Ibercaja, le ofrece 22.000 euros, donde su
padres fueron avalistas. “Pero Ibercaja, a espaldas de mi hermano, llega
a un acuerdo con Cajasur: repartirse la vivienda. Ibercaja le concede
el préstamo para pagar a Cajasur. Le dijeron que el desahucio no seguía
adelante pero le hicieron firmar negociaciones falsas bajo notario y ahí
fue cuando descubrimos la estafa entre las dos entidades”.
A pesar del pago, Nani describe que las presiones continuaron hasta
que tuvo que abandonar su vivienda. Ellos suponían que era una dación en
pago, pero Ibercaja continuó con su reclamación de 22.000 euros y
amenazaron a los padres como avalistas. Buscaban a Francisco a través de
cartas, llamadas a altas horas de la noche, en las empresas donde tenía
entrevistas de trabajo o incluso delante de su hija cuando la recogía
en el colegio.
En 2011, Francisco ya se autolesionó. En una de las visitas al banco,
una nueva negativa le hizo coger un abrecartas y hacerse un corte en la
yugular. “Estuvo casi una semana en coma, pero salió hacia delante.
Después se hizo activista de la PAH. Siempre se arrepintió de aquello.
Tomó conciencia, pero era una señal de aviso, de ver si servía esa
desesperación y de si ese acto podía acabar con aquel drama”, relata
Nani. Pero no fue así, las amenazas aumentaron.
Con la PAH pudo acceder a una ayuda de alquiler y se mudaron a
Córdoba capital, pero los problemas nunca se iban. Los 400 euros de
ayuda como parado de larga duración se agotaban. El 8 de febrero de 2013
Francisco regresó a casa después de dejar a su hija en el colegio. Lo
siguiente que recibe Nani es una llamada de teléfono. Francisco había
muerto. “El mundo se para. Se para en seco. El suicidio lo provoca la
pobreza.
Y lo suyo no fue sólo un caso de impago. Fue una estafa. Aquel día
recibió una carta de Hacienda. Le reclamaban 400 euros de la venta de la
vivienda, cuando el titular de la casa era Cajasur y mi hermano no
había vendido nada. Esa fue la gota que colmó el vaso.”
Fueron años de dolor y de lucha. De ver cómo las amenazas y las
presiones afectaban a toda la familia. “En un año yo vi un deterioro
tremendo de mi hermano. Todo se le hacía grande. Pero mi padre también
tuvo un infarto con varias recaídas. Mis padres siguen en tratamiento
psicológico. Nadie puede hacerse una idea del estado emocional y mental
que crea todo ese acoso. Es apabullante. Muy complicado de digerir”.
Nani reconoce que estos suicidios se producen porque falla el sistema
al completo. Por más gritos de ayuda que lancen los afectados no
encuentran suficiente apoyo. Están desamparados. Son excluidos sociales.
“No puedes seguir tu vida de esa forma. Te consumen poco a poco, sin
motivaciones ni esperanzas. La misma sociedad te aparta.
Él tuvo el apoyo de Stop Desahucios en su momento, y tenía que acudir
a Cáritas en Villafranca, pero ¿es una ayuda, para tres miembros, tres
litros de leche al mes con una caja de galletas? Todo le machacaba.
Perdió la ilusión incluso por su hija. Había días que ni si quiera
quería verla. Esa niña ha aprendido muy pronto de qué va la vida, ha
madurado de golpe, por desgracia. Mi hermano vivía en un estado
depresivo, distante, serio, y quería siempre quedarse sólo.”
La familia de Francisco José se quedó sin capacidad de reacción. Nani
suma la muerte de su hermano a su reciente separación, por malos
tratos. Y, aún así, coge el timón de la casa y transforma su luto en
lucha. Los primeros días, el caso de Francisco se queda en un cajón, en
silencio, esperando que su muerte pase desapercibida, pero su hermana
reabre el caso porque la deuda permanece. Lo deja todo.
Vive de lo que le den sus padres y de Cáritas y emprende un nuevo
camino para honrar la memoria de su hermano. “No había habido una venta
del piso, sólo la entrega. El negocio de los dos bancos era acordar
beneficios para ambos. Como no fue una venta, Ibercaja no tuvo el
beneficio que quería de aquella vivienda, así que aún muerto mi hermano
reclamaba la deuda y yo no me fiaba”, relata Nani, que actúa en cuanto
comprueba que el banco también va a por la pensión de sus padres.
Ella con su hija se une a los compañeros de Stop Desahucios. Nunca
olvidará cuando intentó convencer a Cajasur de que negociara con
Ibercaja para anular la deuda. “Me dijeron que no conocían el caso de mi
hermano, pero tampoco como cliente. Y, claro, aún menos la muerte que
ellos habían ocasionado de alguna forma. Le planté la foto con la cara
de mi hermano sobre la mesa, lo cogí del brazo y le respondí que si no
lo reconocía, lo iba a recordar ahora mismo.
Le propuse subir a la azotea del edificio y que nos íbamos a tirar,
como ellos hicieron con mi hermano, porque sus amenazas lo empujaron”.
No hubo respuesta salvo la indiferencia. A la salida de la entidad
estaba Ada Colau, que aún pertenecía como portavoz de la plataforma.
Pasaron los días de titulares, de noticias sobre su hermano y su
familia se queda en la soledad, sin ayudas y con la carga de la deuda.
Nani se fortalece y emprende el dos de julio una marcha hasta Bruselas,
con seis personas más afectadas, para denunciar la estafa financiera. A
la vuelta de Bruselas todo sigue igual. El círculo se cierra. La única
alternativa era ir a la sede de Ibercaja en Zaragoza. Y allí acude Nani.
“También voy a Stop Desahucios de Zaragoza y, con su apoyo, he
conseguido la condonación. Han pasado casi tres años. Lo firmé el pasado
29 de octubre. Me acordé de mi hermano mucho ese día. Es como si yo
tuviese esa deuda personal con él. Fue una injusticia grandísima”.
Pero justo después, como activista de la PAH, Nani recuerda que el
caso de su hermano no fue el único. Que hay más víctimas como él, y que
sin ayuda pueden tener el mismo final. “Ocurre cada día, pero eso no
sale en prensa. El problema sigue. Se hizo más conocido con los
suicidios, pero cuando no ocurren, no salen. En próximas fechas tenemos
más desahucios, como una familia de cuatro hijos y en plenas Navidades.
Yo ya no creo a los políticos. Yo hace tiempo que dejé de creer ya en
las palabras. Quiero hechos”, afirma con rotundidad.
Nani mira atrás y le da vértigo. Todo ha sido acelerado. No sabe de
dónde sacó fuerzas durante este tiempo y ahora no puede dejar de ser
activista, de preocuparse por los demás y de denunciar las estafas que
esta crisis ha provocado. “He aprendido a ver la realidad, esa de la que
aún la gente no es consciente.
Creen que lo que sale en las redes es lo que ocurre y eso es la punta
del iceberg. Cuando estás aquí compartes momentos con esas familias,
vas a la puerta de un domicilio a parar un desahucio, de recoger a esos
niños que están en la calle y buscarles un techo… Vivir ese día a día es
lo que me mantiene viva”, confiesa.
No quiere ser protagonista de esta historia. Quiere que lo sea su
hermano y Stop Desahucios en Zaragoza, porque sin ellos no existiría
esta victoria amarga por las circunstancias. Han conseguido mucho. Nada
menos que evitar ver a sus padres en la calle y seguir pagando la deuda.
Se han quitado esa angustia, no el dolor. Nani dice que nunca estarán
tranquilos. Que nunca olvidarán lo ocurrido. Que nunca borrarán aquel
día. Jamás dejarán de pensar en su hermano.
Tampoco en aquellas cosas que le recuerdan a él, como los magníficos
objetos que tallaba en madera durante horas, o cuando dibujaba cargado
de ilusión. Entre esa nostalgia brota la melancolía, la rabia, y la
impotencia de todo lo que no han podido vivir junto a él. De la comunión
de su hija tres meses después de su muerte. De aquel camino hasta
Bruselas. De la condonación de la deuda.
Cada uno encuentra una manera de pasar el duelo y de canalizar ese
cóctel de sentimientos. Nani localizó la suya: “Mi rabia la saqué en
forma de lucha. Sólo me quedaba tranquila cuando me veía en una acción,
negociando, luchando. Ahora empiezo a asimilar la muerte de mi hermano,
no pude pararme a sentir ni a padecer en esas circunstancias.”
Antes de terminar me recalca un mensaje importante. Que con este
reportaje ella solo quiere que su hermano no quede en el olvido. Tampoco
su muerte. Aún menos, sus circunstancias. Que su hermano no es un
número más. Que tenía nombres. Y apellidos. Como todos los afectados. Y
que el paro, la exclusión social y la codicia fueron sus verdugos.
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